Sueles decir que hay que “habitar las palabras”. ¿Qué significa exactamente esto para ti?
Es un concepto interesante. Después de todos estos años trabajando con deportistas, en el mundo de la gastronomía, etc., nos dimos cuenta de que las palabras se utilizaban como una herramienta en ocasiones manipulativa, de influencia… Pero faltaba algo. Todos queremos que las cosas vayan mejor y resulta que la palabra es lo primero que utilizamos para ponernos en contra, para enfrentarnos… a veces también para querernos, pero el hecho es que la palabra siempre está ahí. Así que nos dijimos que quizá había que inventar nuevos conceptos que aglutinasen algo más. Para nosotros, una palabra habitada es una palabra que dice la verdad, que lleva a acciones habitadas y hechos habitados. Es decir, hay una congruencia y una coherencia. De hecho, hemos creado una fundación llamada Palabras Habitadas. Y existen otros factores, como la empatía, y en nuestro caso la empatía temporal, es decir, tomar decisiones a tiempo con respecto a las otras personas.
También dices que al cerebro le encanta el lenguaje positivo… ¿De qué modo se manifiesta esta influencia de las palabras en el cerebro?
El tiempo de reacción del cerebro ante una palabra positiva cuando existe ese estímulo es mucho más rápido, y estamos hablando de milisegundos. Pero para que sea mucho más rápido uno tiene que estar atento, tiene que estar concentrado, tiene que dar la orden, tiene que ser creativo en ver por dónde aparece el objeto… La atención se tiene que prolongar durante los cuarenta minutos que dura el experimento. Y también vamos viendo que hay una resistencia al agotamiento. De repente aparecen ciertos factores que te ayudan a entender que el lenguaje positivo favorece todo ese entorno. En cambio, con el negativo tardas más. Son unos milisegundos, pero te afecta. Es como un cometa que va arrastrando la cola, y lo que arrastra es el peso de algo anterior que le ha afectado y no puede tomar la siguiente decisión. Ahora estamos trabajando con niños en centros educativos y ahí se ve muchísimo.
Supongo que la narración interior es algo importante en este aspecto. Constantemente nos contamos a nosotros mismos quiénes somos, qué somos y qué no somos capaces de hacer, nos ponemos adjetivos…
En eso estamos trabajando ahora. Empezamos an»alizando el lenguaje de adultos que trabajaban para empresas multinacionales, gente del consejo de dirección, directores generales… Una vez analizado, les mostrábamos la neurona espejo de su propio lenguaje: “mira, este es tu lenguaje”. Y la gente se sorprende, porque es algo que la mayoría no controlamos. Y se sabe quiénes somos detrás de los tiempos verbales, de si se nos olvida un nombre propio… Ahí sale nuestro yo auténtico. Y lo que hemos comprobado durante estas sesiones es que hay una actitud de cambio. Hemos hecho investigaciones antes y después para ver si realmente surte efecto y efectivamente lideran mejor. Esto nos confirma que eso que se dice de que el cerebro es plástico hasta el último momento es cierto, incluso para cambiar el lenguaje que utilizamos y, al hacerlo, cambiar también nuestra forma de liderar. Quizá no sean tan drásticos como quisiéramos, pero sí se dan cambios. Y después de los adultos, hemos empezado con los niños. Hemos hecho el camino inverso. Y si los adultos pueden cambiar, significa que existe una gran esperanza. Ahora podemos intervenir en el sistema educativo, que es en lo que estamos trabajando ahora.
Lo que más me interesa es cómo podemos aprender a llevarnos bien con nuestro propio cerebro. La mayoría de la gente no sabe cómo hacerlo. El cerebro nos está haciendo ofertas constantemente. Es como un supermercado: “Hoy te ofrezco dos depresiones por el precio de una. En esta estantería está tu padre y en esta otra tu jefe. Es un pack”. ¿Alguien va al médico y le dice “me duele la palabra”? ¿O “tengo una depresión lingüística”? ¿O “me estoy diciendo siempre lo mismo y no sé salir de aquí”? Hay quien se dice “no valgo nada” y hay quien se dice “los demás son unos desgraciados”. No se nos ocurre que el lenguaje no es simplemente un sistema de comunicación. Es mucho más. Es la capacidad de inventar el futuro de la propia humanidad. El lenguaje está hecho para ver y para distinguir. Hemos ido viendo y hemos ido dando nombre a lo que hemos visto. Nombrar es ver.
A quienes desprecian o temen internet les dices que no es más que la búsqueda del cerebro a sí mismo…
Claro. Nuestro cerebro es muy complejo, tiene ochenta mil millones de neuronas, cien mil millones de conexiones… Todo va muy rápido. Se suele decir que cada segundo procesamos más o menos diez millones de unidades de información, pero sólo somos conscientes de cincuenta. Somos mucho más rápidos que un ordenador, podemos tomar decisiones mucho más rápidamente que él. Lo único que hemos hecho es simular en un objeto externo el funcionamiento de nuestro cerebro. Y creo que hemos ido buscando esa rapidez inconscientemente, porque el cerebro procesa las cosas a tal velocidad que queremos volver a procesarlas rápidamente. . El cerebro funciona así. Si no, no podríamos procesar la vida. Hay gente que dice que esto va a ser una locura… pero probablemente no sepamos que nuestro cerebro quiere evolucionar. Y se está preguntando a sí mismo cómo puede evolucionar. Es como inventarse. La creatividad es en el fondo la capacidad del cerebro de crearse a sí mismo, y no simplemente una herramienta, el hecho de ser más o menos creativo como cocinero o como directivo… No es solamente eso. Hay algo todavía más fuerte, que es el querer ser más creativo sobre uno mismo y como especie. Somos especies, y si no lo hago yo, vendrá otro y lo inventará, porque se está haciendo la misma pregunta.
Citas a Daniel Kahneman al afirmar que “el yo que experimenta” se olvida de todo cada tres segundos… Esta información debería ser de gran valor para quienes diseñan los menús en los restaurantes…
Si analizamos en un gráfico las reacciones de un comensal a lo largo de una comida en un restaurante vemos que parece una montaña rusa. Los picos más altos se asocian a las emociones positivas y los más bajos o valles con las negativas, aquello que me da asco, que no me ha gustado, que no coincide con mi paladar ni con mi experiencia… Pero los rasgos psicológicos y de personalidad de cada uno, la memoria de quiénes somos nosotros determinan también cómo vamos a experimentar todo eso. Está demostrado que al cerebro le encanta lo diferente y lo nuevo. Pero no en todo el mundo ocurre de la misma manera. Cuando voy a un restaurante en el que he pagado por comer, quiero saber si mi decisión ha sido útil, valiosa. En primer lugar, la “ley del pico final”, es decir, cómo se termina un menú, es importante en cuanto al recuerdo que se tiene de toda la experiencia. Y, como ocurre con otras cosas, no puedes estar atento a todo lo que ocurre cada tres segundos. Pero sí puedes estar atento a los detalles que en ese momento van ocurriendo. Y por eso estamos buscando estrategias enfocadas a controlar ciertos detalles de cara a tener más conocimiento de aquello que está sucediendo, pero con respecto a un fin. Y ese fin es contarte una buena historia de mi restaurante dentro de tu propia historia. Y esa historia se puede aprender a mejorar constante y permanentemente. Yo puedo decirle al chef lo que he observado, pero él es el que va a cocinar, a dar las órdenes. Y ahí se puede mejorar aunque uno sea el mejor del mundo, aunque seas Massimo Bottura. Se trata de trabajar en el proceso de mejorar una historia.
Dentro de esas historias, de esas narraciones que los restaurantes construyen, cada vez cobran más importancia las emociones, más allá de la satisfacción placer sensorial…, emociones que pueden ser incluso negativas de forma premeditada.
Son medidas arriesgadas y cada uno tiene que saber dónde quiere arriesgar. La emoción ha adquirido mucho poder hoy en día, desde que hemos descubierto que es el factor clave de nuestras decisiones. Yo he ido a un restaurante de tres estrellas Michelin que coincidía con mi paladar y sin embargo la experiencia fue nefasta por todo lo demás, que me produjo rechazo. Si no cuidas los detalles de las personas, de la cocina, de las mentiras y verdades que se pueden decir, si no has cuidado el entorno, la estética… corres un riesgo muy grande aunque tengas tres estrellas Michelin. Otra cosa es que después tenga éxito. Pero a veces se confunde felicidad con satisfacción, y eso ya no es así.
Entrevista hecha por Rául Nagore en 2017