Decía el filósofo norteamericano Emerson que la mayor desgracia de una persona era no haber encontrado en toda su vida a nadie que le hubiera ayudado a alcanzar lo que realmente esa persona era capaz de lograr. Liderar es ayudar a desplegar, ayudar a aflorar aquello tan valioso que reside en cada uno de nosotros y que nuestra habitual ceguera no nos permite reconocer como consustancial a lo que realmente somos.
Hay al menos tres capas en nuestro ser. La más profunda corresponde a nuestra esencia, a aquello que en realidad somos, el lugar donde reside nuestro verdadero potencial. Por encima existe otra capa que hace referencia a aquello que tenemos miedo de ser. Finalmente, está la capa que refleja aquello que pretendemos ser, a fin de ocultar lo que creemos que somos y poder así ser aceptados por los demás. No sé por qué los seres humanos nos hemos desconectado tanto de nuestra verdadera esencia y vivimos tan atemorizados tratando de ocultar aquello que creemos que somos y que nos da miedo mostrar. Como decía el economista Adam Smith, el pez no sabe que está dentro del agua ni que existe otra realidad posible hasta que alguien le ayuda a salir de ella. Los líderes son los que nos ayudan a reconocer que para nosotros hay otra realidad posible cuando aquella en la que vivimos no nos da ni alegría, ni ilusión ni confianza.
Los líderes no con poca frecuencia se encuentran con el rechazo de aquellas personas que se resisten a ser ayudados, que prefieren ser espectadores antes que protagonistas porque les aterra lo que el líder les ofrece, que no es un cambio, sino una completa transformación. En un cambio sabemos lo que perdemos, pero desconocemos lo que podemos llegar a ganar. Sólo cuando se transforma la idea y la imagen que tenemos de nosotros mismos, también se transforma lo que decimos, lo que pensamos y lo que hacemos y, por consiguiente, aquello que logramos.